Por Alexandra Yáñez Hernández
Mucho se ha dicho ya de que los medios electrónicos han llegado a nuestras vidas para obstaculizarnos a largo plazo en lugar de ayudarnos, en sentido de que éstos agrietan el dominio que ejercían los medios impresos sobre nuestros pensamientos y sentidos.
Mcluhan fue de los primero en enunciar tales atracos al conocimiento con la publicación de su clásico “Comprender los medios de comunicación”. No obstante, Sarnoff planteaba que, a fin de cuentas, la información y el contenido siempre serán de importancia cualquiera que sea el medio que los cobije. Después de todo, los medios no son en esencia buenos ni malos; son lo que hacemos con ellos.
Esas posturas han sido la piedra angular de un debate que quizá no conozca fin, pero que con el avance cada vez más veloz de las tecnologías mediáticas, terminen por inclinar la balanza hacia el lado de Mcluhan, en especial con la aparición de un ansioso devorador de mentes: Internet.
Los medios modelan el pensamiento, y la basta red mundial ya tiene sus manos puestas en el barro fresco de nuestra materia gris. Las facultades de profundización y concentración se disipan entre nubes de humo. La paciencia se agota en la cotidianeidad cuando te has acostumbrado a la inmediatez de la banda ancha o la facilidad entre saltos de hipervínculos. Tal pareciera que nuestros procesos mentales están cambiando, el cerebro ya no funciona de igual manera; el Internet se ha vuelto algo necesario para calmar la ansiedad que genera el nuevo síndrome de abstinencia que se presenta después de mucho rato de estar desconectados. No niego que resulta bastante aterradora la idea de que se trate de un proceso irreversible.
Quizá la alegoría del “síndrome de abstinencia” que acabo de realizar no sea pura carga literaria. Muchos estudios han sido consumados a lo largo de los años para concluir, finalmente, que el cerebro adulto tiene una increíble capacidad maleable; es decir, nuestras experiencias afectan la forma en que éste trabaja y por ende, a sus necesidades y estructuras.
El supuesto de que podemos moldear nuestro cerebro a base de repetir conductas o prácticas determinadas no es forzosamente una buena noticia. Inconcientemente, podríamos estar llevando a nuestra mente hacia un lugar al que quizá no queremos del todo ir, y del que podría ser un tanto difícil regresar.
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